miércoles, 9 de marzo de 2016

-PAISAJES DEL SIGLO XX. SOCIOLOGÍA Y LITERATURA EN FRANCISCO AYALA; de Alberto J. Ribes Leiva, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, PP. 352.-
Luis A. Escobar.-

Esta obra es el producto de un largo recorrido de investigaciones que incluye la tesis doctoral de Alberto Ribes Leiva. Un trabajo que logra condensar en un entramado, sumamente profundo y fundado, diálogos entre una generación de sociólogos, una sociedad atravesada por la guerra y las rupturas de las redes sociales, generacionales y disciplinares y la construcción de miradas y temas de una escritura sociológica muy particular y compleja desde el exilio. 
Francisco Ayala es una figura poco reconocida dentro de las tradiciones sociológicas de Argentina. Quizá su obra de referencia sea para el campo intelectual y académico argentino el Tratado de Sociología, editado por primera vez en 1947 en tres tomos por la editorial Losada.  Cabe destacar que Ayala fue director de la primera colección de sociología editada en el país por la misma editorial ya nombrada, e incluso traductor de varias obras señeras de la Sociología. Por otra parte, intervino como Profesor en la cátedra de Sociología de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral; espacio desde el cual introdujo importantes cambios, contribuyendo, incluso a fundar una nueva “tradición sociológica”. Además, colaboró activamente para el diario La Nación, revista Sur, el Colegio de Libre de Estudios Superiores, la Universidad Popular Alejandro Korn, entre otros.
Francisco Ayala se transforma casi en un aleph borgiano para Ribes Leiva, ya que su principal objetivo es indagar la obra y sus recorridos de vida, pero, desde el cual puede observar otros puntos: “(…) Es un teórico de la primera crisis de la modernidad, de su pervivencia a lo largo de las décadas y de su renacimiento radicalizado en el último tercio del siglo XX. Podría decirse que la sociología de Ayala es (con)ciencia de la crisis de la modernidad que en dos momentos diferenciados ha atravesado al siglo XX.”  (P. 331)
El libro de Ribes Leiva comienza con el desarrollo de la sociología en España y la figura de Francisco Ayala y su generación, una generación que está marcada por los primeros impactos de la modernidad en España, un legado intelectual de  generaciones intelectuales y grupos previos y luego por la Guerra Civil, que marca una ruptura dentro de la misma entre quienes se quedan en España y los que se marchan al exilio (los “Sociólogos sin sociedad”), Recaséns Siches, Medina Echavarría y Ayala. Un gran mérito en sí mismo de Ribes Leiva es el de re-ubicar a Francisco Ayala como un caso excepcional, cuya vida cruzó un siglo, con una obra amplísima y variada, a través de la cual Ayala trató de analizar y comprender las realidades históricas y sociales, como dice Ribes Leiva “(…) un empeño, a fin de cuentas, por dar razón del mundo o examinar el mundo en el que vivimos.” (P. 19) Francisco Ayala es reconocido y estudiado primordialmente  por su obra literaria, pero su faceta de sociólogo es poco considerada y, aún menos, analizada, por ello Ribes Leiva asume analizar críticamente el pensamiento de Ayala, de su obra ensayística y sociológica, pero sin perder de vista la literatura, que siguiendo al autor, en Ayala es un instrumento más de conocimiento: “(…) en toda la obra de Ayala hay siempre una búsqueda de afrontar los diversos problemas desde la fragmentación y desde pequeñas divisiones, que, sin embargo, siempre están conectadas en un plano temático superior, y forman, en conjunto, una clara unidad cuyo propósito fundamental es, a nuestro juicio, ofrecer una interpretación del siglo XX.” (P. 103)
Por otra parte, Ribes Leiva recupera las luchas por la imposición de definiciones de la disciplina sociológica, desarticulando con notable genialidad los lugares comunes y las construcciones ahistóricas que se constituyen en obstáculos para el estudio del pasado sociológico, para re-articular una sociología de la sociología o una historia social de la sociología, explicitando como punto de partida su concepción de la sociología. Para Ribes Leiva la sociología es el resultado de la interacción entre la tradición sociológica y el “enfoque sociológico”, es decir, siguiendo al autor, la tradición sociológica es el lugar donde se habla, se escribe, se enseña, se aprende y donde se define la sociología y sus límites, es un lugar cambiante y flexible que históricamente adopta diversas formas, es el lugar en donde se adquiere el “enfoque sociológico”, una determinada manera de mirar el mundo y lo social sumamente influenciada por la tradición sociológica.
Ya adentrado en el desarrollo del libro, Ribes Leiva traza un recorrido desde el nacimiento de Ayala haciendo un fuerte hincapié en la constitución de una nueva generación intelectual entorno de otras generaciones y grupos, entre las que se encuentran la escuela krausista (que aglutina a dos o tres generaciones), la Generación del ‘98 y la del ‘14 con Ortega Gasset a la cabeza, quien sirve de puente a la nueva generación, conocida en los estudios literarios como Generación del ‘27 y a la cual Ribes Leiva denomina, para referirse a los sociólogos, Generación de la Guerra.
En este ámbito Ayala inicia su carrera universitaria en Madrid en 1923, es el tiempo de universidad, novelas, tertulias, del joven que quiere ser literato (de hecho edita sus primeras novelas), pero también está el Derecho Político, las ciencias jurídico-sociales, la filosofía, la sociología, en definitiva el joven que quiere ser académico, pero que indudablemente es parte de la vanguardia española. Ribes Leiva emplaza a Francisco Ayala en dos tradiciones sociológicas en las que se forma: por un lado la española, en donde tienen una fuerte influencia Adolfo Posada y José Ortega y Gasset. Mientras que por otro lado, la tradición sociológica alemana, para la cual es clave un viaje de estudios que realiza a Alemania en 1930. En dicho viaje toma contacto con la sociología alemana, particularmente con la que Hans Freyer llamaba “sociología historicista alemana”. Aquí también es relevante la influencia de Hermann Heller; a través del él Ayala llega a Max y Alfred Weber, Dilthey, Oppenheimer, Husserl, Mannheim y otros, pero, principalmente, comienza el paso definitivo de los estudios jurídico-sociales a los trabajos sociológicos. 
Ayala aprehende de dos tradiciones distintas un determinado “enfoque sociológico” desde el cual producirá el grueso de su obra; es así que modernidad, novedad, búsqueda de nuevas claves interpretativas desde las que analizar y explicar el mundo, sumados a la experiencia de crisis total de los años 30 y el exilio van a constituir marcas en su obra. Ribes Leiva va más lejos para postular y fundamentar que “(…) tanto las obras jurídico-sociales, las estrictamente sociológicas, las de ‘sociología difusa’ y las de ficción narrativa tienen un origen común y múltiple (…) Es preciso, para ello, situar a Ayala en sus experiencias personales, los contextos socio-históricos sucesivos, y el contexto intelectual, que terminará dotando a Ayala de un fundamental  ‘enfoque sociológico’.(…) otro elemento (…) que dota de unidad a todas las obras, de ficción literaria o sociológicas, (…) es la intención evidente y declarada de comprender y explicar el mundo contemporáneo, mejor dicho, los diversos mundos en los que habita Ayala.”  (P. 121)
Ya con la partida al exilio de Ayala se inicia un período que Alberto Ribes Leiva denomina la etapa de sociología sistemática en la producción del autor granadino, destacándose en ella la publicación de sus obras académicas más reconocidas sobre sociología a la par que, luego de un lapsus, retoma la escritura de novelas y cuentos. Es preciso anotar que para Ribes Leiva este período de sociología sistemática abarca desde la partida ayaliana de su país natal hasta que se radica en Estados Unidos, es decir, la etapa de sociología sistemática coincide con el exilio latinoamericano de Ayala.   
Sin duda que la Guerra Civil es un punto de quiebre de la sociedad española y el fin de una época para el mundo cultural. Pero a su vez, este fin implica un nuevo comienzo para la(s) Sociología(s), tanto en España como en Latinoamérica. Para la sociedad emisora esto significó una ruptura, una pérdida, mientras que las sociedades receptoras se vieron enriquecidas y potenciadas culturalmente. Ya en Argentina, Francisco Ayala se dedica a la docencia universitaria en la Universidad Nacional del Litoral, dirige la Colección de Sociología de la editorial Losada, traduce cuantiosas obras, escribe numerosos artículos para la prensa y revistas argentinas, se integra a la vida intelectual y cultural argentina y sigue teniendo contacto con otros españoles exiliados, así como con Recaséns y Medina.
En esta etapa la idea de ruptura, pero sobre todo la idea de crisis está muy presente en las obras de los tres “Sociólogos sin Sociedad” (Recaséns, Medina y Ayala). Tanto la idea de crisis de la razón, como de la ciencia harán buscar a  Ayala alternativas a la sociología entendida como ciencia natural, permitiéndole indagar al mismo tiempo sobre estas problemáticas mediante las ficciones literarias. La crisis atravesará incluso la lente de las obras que traduzca Francisco Ayala, como en El hombre y la sociedad en épocas de crisis de Mannheim. Es, al mismo tiempo, el momento de las grandes obras del granadino, El problema del liberalismo, Saavedra Fajardo, Oppenheimer, Jovellanos, Razón del mundo (libro que suscitará un debate intelectual polémico con Sánchez Albornoz y Américo Castro, en torno al “problema de España”) y el Tratado de sociología, entre otros. En esta etapa la conexión entre tradición sociológica y producción es determinante, como argumenta Ribes Leiva: “(…) La intención de Ayala, en estos años de sociología sistemática al menos, es formar parte de la escuela historicista alemana, y será ese paradigma teórico en el que se incluya.” (P. 134)
En 1950 comienza “el segundo exilio” ayaliano, en palabras de Ribes Leiva, cuando abandona Argentina y se va a Puerto Rico, otra vez por motivos principalmente políticos. Así como sale de España por la derrota de la República, la segunda partida se debe a que, como declara el granadino, le asfixia el ambiente del peronismo. El peronismo parecía responder a todos los elementos negativos que Ayala había advertido como posibles en la sociedad de masas: reducción de los derechos individuales, el nacionalismo, la política exacerbadamente estatizante, pero sobre todo un régimen que colaboraba con la España franquista. Ya en Puerto Rico se reencuentra con Medina Echavarría, coincidiendo y formando parte de un extraordinario momento intelectual en el que se reunieron numerosos exilados en el campus de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Ribes Leiva destaca que el paso de Ayala por Argentina causó una profunda repercusión en la sociología a través de sus clases, sus obras, sus traducciones y, también, por las iniciativas culturales más amplias en las que participó.
Cuando el granadino llega a Puerto Rico se encuentra con un país que está atravesando una profunda transformación política, social y cultural. En este nuevo contexto Ayala dicta un curso de ciencias sociales que dará lugar a su último libro de “sociología sistemática”, Introducción a las Ciencias Sociales (1952). Desde entonces, según Ribes Leiva, el trabajo sociológico ayaliano se lleva a cabo de manera fragmentaria y dispersa, mediante artículos de prensa, ensayos cortos y de sus trabajos de ficción o crítica literaria; pero lo que se abandona definitivamente es la reflexión sobre el objeto, la historia y el método de la sociología, en los nuevos trabajos está mucho más presente la realidad inmediata.
Ya avanzada la década de los ‘50 comienza a operar una transición en la obra ayaliana de la “sociología sistemática” a la “sociología difusa”.  Esta caracterización de Ribes Leiva tiene que ver con una forma de hacer sociología, de aplicar la tradición sociológica a cualquier realidad social, pero la diferencia directriz está puesta, sobre todo, en cómo se expresan esos resultados, a saber, a través de comunicaciones poco o nada académicas, ya sea en ensayos dispersos o escritos de prensa.
Ayala se establece en Estados Unidos en 1958 como profesor de literatura en la Universidad de Princeton, aunque pasó posteriormente por varias universidades más (Rudgers, Bryn Mawr College, New York University, University of Chicago y City University of New York). Así como en España en la década del ‘30 el granadino había ejercido como docente y catedrático de Derecho Político, y en Argentina en la década del ‘40 había dado clases de Sociología, actividad que de forma más general continuó en Puerto Rico, ya asentado en Estados unidos se convirtió en profesor de literatura y crítica literaria hasta que se jubiló en 1977.
En esta nueva etapa Ribes Leiva advierte que si hasta 1952 las influencias centrales en la obra de Ayala fueron la sociología alemana, las sociologías norteamericana y anglosajona comenzarán a tener peso en sus ideas y en su escritura.  En 1959 publica una obra llamada Tecnología y libertad, allí en un ensayo titulado “Ardides de la propaganda” se refiere a una determinada sociología ensayística que tiene éxito en Estados Unidos. La misma se dedica a estudiar cómo es el mundo o a buscar posibles respuestas a la pregunta en qué mundo vivimos, problemáticas de principal interés de Ayala. En esta categoría el granadino destaca a Veblen, Margaret Mead, David Riesman, Wright Mills, William H. White y Vance Packart. Temas propiamente ayalianos como el mundo presente, la forma de estar, ser y entenderlo se complementan con las obras de los autores citados para dar lugar a un ensayo que muestra su clara filiación: Ensayos de sociología política: en qué mundo vivimos; el campo cultural norteamericano se introduce en el enfoque sociológico ayaliano, cada vez más fragmentado, de esta tercera etapa que Ribes Leiva la finaliza en 1971.
La última etapa que identifica Ribes Leiva en la obra ayaliana es la de la fragmentación: “¿Qué queremos decir con esta idea de la fragmentación? Fundamentalmente interpretamos la obra de Ayala como un proceso hacia la fragmentación y la desdiferenciación de géneros, desde el constante fondo del ‘enfoque sociológico’.” (P.  280) Esta idea de ‘fragmentación’ permite ver la continuidad de temas y argumentos centrales del espejo ayaliano a través de sus obras literarias, ensayísticas, periodísticas y autobiografías: la explicación del origen y la crisis de la modernidad, el compromiso con la sinceridad intelectual y el esfuerzo por dar razón del mundo, así como también, la necesidad de elaborar un pensamiento original por parte de la intelectualidad hispana. Cabe remarcar que desde la década del ‘70 Ayala comienza a observar y a escribir sobre la nueva y segunda crisis de la modernidad, como una radicalización del mismo proceso que había venido señalando desde los años cuarenta.  

Esta etapa está casi asociada contextualmente con su regreso del exilio, aunque comienza con visitas fugaces desde 1966, su retorno se termina concretando luego de su jubilación. Aquí comienza en España, desde la década del ‘80, los momentos para los reconocimientos y premios, los preparativos y festejos de su centenario y el balance de una vida larga e intensa. Cabe destacar, a modo de cierre no previsto en el libro de Ribes Leiva, que Francisco Ayala fallece en Madrid el 1 de noviembre de 2009 a los 103 años.

                                                                 (Reseña realizada en el 2011)

sábado, 13 de febrero de 2016

 
 La huida de la insubordinación: sobre rupturas y continuidades de modelos de producción. 

   Luis A. Escobar (2006)

  
  En este trabajo se intentará establecer una aproximación, a través de una indagación bibliográfica, al análisis de los modelos de producción -junto con los patrones de dominación concretos que generan- que se construyen desde la posguerra hasta la década del noventa del siglo XX.
  Para ello se tendrá en consideración cómo se comienza a conformar un nuevo modelo de producción que comienza a cristalizar definitivamente después de la segunda guerra mundial (primer punto) y comienza a hacer crisis a fines de los sesenta y setenta (segundo punto) para reestructurarse paralelamente en ese mismo período y aparecer con una nueva forma, aunque aún no definida, en la década del ochenta y principios de los noventa (punto tres).
Si bien no se trata de un trabajo exhaustivo y con conclusiones cerradas –dadas las modalidades mismas intencionadas a explorar- se recurre a algunos ejemplos concretos para lograr establecer un buen anclaje para el relato.

.Construcción e imposición de un nuevo patrón de dominación.-
Retomando el planteo de Holloway, la adopción de políticas keynesianas formó parte importante del establecimiento de un nuevo modelo de relación capital – trabajo.
Esta relación comenzó a construirse a partir de una innovación fundamental que introduce en EEUU Henry Ford: el contrato de cinco dólares por día de trabajo (1914); esto, para Holloway, constituye un reconocimiento implícito de la dependencia del capital respecto del trabajo y un intento de reformular el poder del trabajo[1] (el poder de no trabajar) a través de una demanda monetaria de mercancías.
La gradual consolidación de una producción fordista estaba asentada, en tal caso, sobre un intercambio entre un alto nivel de alienación en el trabajo y un consumo creciente después del trabajo.
La difusión del fordismo, como nueva relación en el trabajo, trajo aparejada un nuevo tipo de obrero en masa[2]. Pero a su vez, el trato fordista había situado al salario como punto central en esta nueva relación. Como efecto incluido, las luchas ya no se situaban en la producción, sino, en la recompensa monetaria. La derivación final del contrato fue la organización de los obreros en masa en sindicatos, que tendrían como objetivo central, la negociación de niveles más altos de recompensa, el reconocimiento de estos sindicatos y la institucionalización de la negociación colectiva del salario.
Fue así que el descontento de los trabajadores –representado en el poder del trabajo- fue transformado en demanda y regulado a través de contratos salariales anuales. Los sindicatos se convirtieron en los administradores del descontento canalizando el conflicto hacia la forma de demanda monetaria para ser negociada en el proceso del contrato salarial.
Esta relación que tomaba forma en los EEUU, aún más concreta en la década del treinta[3], entre capital y trabajo, -forjada por la presión social y con fuerte resistencias-,tenía una fuerte competencia de modelos alternativos[4], y, sobre todo, las condiciones decisivas no habían sido establecidas.
La nueva relación lograría traducirse definitivamente a través de la segunda guerra mundial, ya que fue “(...) la culminación de los esfuerzos de reestructuración del período de entre-guerras (...) por primera vez en cerca de cincuenta años, el capital tenía las bases sobre las cuales podrían proseguir la acumulación y la explotación con vigor, una base sobre la cual podrían construir una nueva apariencia de estabilidad (...)”. (Holloway, 1994: 51-52)
El cambio en las relaciones fue posibilitado por la depresión, el fascismo y la guerra que, a su vez, se combinaron con las innovaciones administrativas asociadas al fordismo y las nuevas tecnologías, para posibilitar finalmente el despegue de un nuevo modelo de acumulación y un nuevo patrón de dominación.
El firme establecimiento de una nueva relación entre el Estado y la economía (como el que Keynes, Beveridge, Roosevelt y otros reformadores del período entre–guerras pensaron) pudo ser exitosa solamente sobre las bases del cambio en las relaciones de trabajo.
La nueva ortodoxia consistía en que el Estado debía asumir responsabilidad por la economía, interviniendo donde fallara el mercado, para estimular la producción y mantener el pleno empleo. El rol del Estado en tiempos de crisis era administrar la demanda, estimulándola a través del financiamiento deficitario –gasto estatal basado en la expansión del crédito-.
La intervención del Estado en la economía implicaba que, mientras que en el mercado el “plusvalor” producido por los trabajadores es distribuido entre los capitales individuales, ahora el Estado canalizaba una porción significativa de aquel a través de la imposición fiscal (en cualquier forma) y la reorientaba a través del gasto para proveer las mejores condiciones posibles para la acumulación del capital.
Lo novedoso de esto no radica en esta función en sí –que es característica de cualquier Estado capitalista-, sino en la escala en que ésto era legítimo y, también, en la canalización de los derechos monetarios sobre el “plusvalor” futuro a fin de mantener condiciones favorables para la producción de plusvalor. La administración de demanda significaba el uso del crédito y, a través de esto,  la creación de derechos monetarios sobre el plusvalor aún inexistentes, con el objetivo de estimular la acumulación. Inherente a este proyecto era el divorcio entre acumulación monetaria y acumulación real. 
Las presiones por los salarios más altos ya no se veían como una amenaza a las ganancias, sino que era una posibilidad de demanda de mercancías –el trabajo pasa a ser dos extremos dentro del aparato productivo, fuente de producción y fuente de demanda-: “El poder del trabajo fue reconocido en la forma de la demanda [mediada por los sindicatos-L.E.] y la administración de la demanda se convirtió en la meta principal de las políticas estatales (...) el poder del trabajo fue reconocido, contenido y aprovechado para convertirse en una fuerza de desarrollo capitalista.” (Holloway, 1994: 57)
Por otro lado, es importante considerar que un rasgo fundamental de la posguerra fue la posición predominante de un Estado, EEUU. Esto posibilitó el establecimiento de formas internacionales de regulación que no eran posibles en el período anterior[5]. Estas nuevas formas tuvieron una doble función: consolidar la posición dominante de EEUU y proveer una base internacional más estable para la acumulación del Capital[6].
Así Bretón Woods (1944) estableció que el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Acuerdo General de Aranceles y Comercios (GATT) de 1947 y, finalmente, el Plan Marshall, fueran componentes de esta estrecha vinculación de lo económico y lo político en el nivel internacional –parte fundamental de la estabilidad de posguerra-. Es decir, el establecimiento de un sistema monetario internacional sentó las bases de una versión internacional de la expansión inflacionaria del crédito, la cual ya había consolidado un consenso a nivel nacional en EEUU.[7]
Ahora los movimientos de ataque y de defensa del Capital estaban estrechamente coordinados a un nivel nacional e internacional.
El modelo de producción fordista en masa se había establecido entonces, no sólo en EEUU, sino en Europa después de la guerra, a través de las economías de escala nacionales. Esto trajo un marcado incremento de la productividad con un trasfondo de estabilidad que hizo posible, en los años cincuenta, decir al Primer Ministro británico Macmillan “jamás la han pasado tan bien”. 

.El  fin de una relación: la crisis.-
A fines de los sesenta las relaciones capital–trabajo comenzaron a desintegrase. El equilibrio que había conseguido el keynesianismo, en tanto patrón de dominación, con el establecimiento de un nuevo modelo de relación había variado.
La crisis del keynesianismo fue la crisis de un patrón particular de contención del poder de trabajo, la relación previamente establecida entre capital y trabajó se fracturó.
La alienación bajo los métodos de producción fordista -con un grado sin precedentes de trabajo repetitivo no calificado- alcanzó, en tanto contradicción, niveles extremos, y se expresó como una rebelión, no por el control del trabajo, sino contra el trabajo como tal.
Frente a la rigidez y la rebeldía, el dinero era el gran lubricante. La negociación de incrementos salariales fue el principal medio por el cual las administraciones de las empresas superaban sus propias rigideces, e introducían cambios en las prácticas laborales.
Conforme la protesta contra el trabajo crecía, la canalización del descontento se tornó al mismo tiempo más efectiva y costosa. El control salarial y el control del poder sindical llegaron a ser la preocupación dominante del período.
 A pesar de la lucha de la clase obrera, la tasa de la explotación no descendió. La creciente mecanización del proceso de producción hizo el trabajo más productivo, de manera que el plusvalor apropiado por el capital continuó incrementándose. Lo que cambió fue que la explotación se volvió mas costosa para el capital, debido a que el capital invertía cada vez más en maquinarias y materia primas con el fin de explotar más efectivamente a los obreros. Entonces la tasa de ganancia bajaba, mientras que, contrariamente, crecía la tasa de explotación.
Otra característica del aumento de los costos de explotación –pero esta más novedosa- fue la expansión del Estado, que trajo aparejado costos muy grandes para el capital. Los gastos del Estado constituyeron una deducción del plusvalor disponible para la acumulación (ver arriba, pág. 3). El Estado keynesiano de posguerra contribuyo tanto a la efectividad como a la estabilidad de la explotación, pero tuvo su costo.
El costo final de la contención del poder del trabajo fue la inestabilidad monetaria latente. La expansión del crédito había sido la clave para mantener la estabilidad social del patrón keynesiano de bienestar.
Sin embargo, la expansión del crédito no era plenamente controlada por los Estados nacionales, principalmente por dos razones: por un lado, la creación del crédito durante la posguerra surgió principalmente de la expansión de los préstamos bancarios al sector privado (ya sea en créditos de producción para empresas[8] o en créditos de consumo proporcionados a los individuos); por otro lado, esta expansión crediticia fue exacerbada por el desarrollo de un mercado de dólares fuera de EEUU (los llamados “eurodólares”), creando reservas ajenas al control estatal que precarizaron la convertibilidad del dólar en oro. Como corolario, las monedas nacionales -al estar atadas al dólar mediante tasas fijas de cambio- comienzan a generar desequilibrios crónicos en las balanzas de pagos, conduciendo a una especulación intensa contra las mismas.  
La cronología es harto alusiva al respecto: 1967: especulación y devaluación de la libra esterlina; 1971: la administración Nixon denuncia la inconvertibilidad del dólar en oro; 1973: abandono del principio de tasas de cambio fijas.
El ascenso del descontento y la caída de las ganancias resquebrajaban por todos lados la instancia keynesiana de “conciliación armoniosa” de la conflictividad social -que garantizaba el desarrollo capitalista-. La destrucción del sistema monetario y financiero de Bretton Woods acabó con el relativo aislamiento, elemento esencial para la concepción keynesiana de la intervención estatal. Las tensiones encontraron su expresión en la aguda recesión de 1974-1975[9]: caída estrepitosa de la producción en todos los países principales, la inflación y el desempleo se elevaron y el flujo de “petrodólares” dentro del mercado de eurodólares acrecentó la volatilidad del sistema monetario.   
En este contexto, los países más industrializados adoptaron la decisión de incorporar políticas nacionales de restricción de la emisión monetaria y del gasto fiscal tendientes a erradicar la inflación. Esta fórmula mostraba la nueva preocupación de los gobiernos por establecer el equilibrio de sus cuentas externas y los primeros indicios de una nueva perspectiva económica[10].
Así el capital en su forma líquida de dinero, rompe las relaciones previas (con el Estado y con el proceso productivo en general[11]), desempeñando un papel central para la ruptura y reestructuración de los patrones de dominación.

.Hacia un nuevo modelo.-
Mientras que el patrón de dominación keynesiano entra en una decadencia terminal, vinculada a la desintegración de la relación capital-trabajo traducida en el modo de producción fordista, también en paralelo esta asociada a “(...) la reestructuración más general de la economía mundial que ha venido ganando terreno desde mediados de los setenta.” (Jessop, 1999: 93)
Estos cambios de tendencias se pueden agrupar bajo la denominación de postfordismo[12], entre las cuales se presentan: el surgimiento de nuevas tecnologías nodales como fuerzas motivadoras y portadoras del crecimiento económico continuado y  la competitividad estructural; el avance acelerado de circuitos globales de flujos de capital monetario y real; el cambio de paradigma de un modelo fordista de crecimiento (basado en producción masiva, economías de escala y consumo de masas) a un modelo orientado por una producción flexible, la innovación, las economías de alcance, las rentas de innovación y patrones de consumo en rápido cambio y diferenciación; redefiniciones de la jerarquía macroeconómica global hacia el reconocimiento de la importancia central de tres polos supranacionales de aumento (basados en las hegemonías regionales de EEUU, Alemania y Japón) en creciente interpenetración, así como cambios en las jerarquías nacionales dentro de las regiones de esta “tríada de poder”, y el resurgimiento gradual de economías regionales dentro de las economías nacionales.
El aumento del papel de los sistemas estatales supranacionales (evidenciados en su interés por fomentar la competitividad estructural dentro de los territorios en que se mueven), el papel más fuerte del Estado local (con un mayor énfasis en la regeneración económica, la competitividad y las nuevas formas de asociación local para orientar y promover el desarrollo de los recursos locales) y una creciente vinculación entre los Estados locales a nivel de una cooperación transfronteriza, llevan al “vaciamiento” del Estado-nación: las capacidades para traducir su autoridad y soberanía en un control efectivo están limitadas por un complejo desplazamiento de poderes, aunque mantiene muchas de sus funciones de dirección central (incluyendo los atributos de la autoridad ejecutiva central y de la soberanía nacional así como los discursos que lo sostienen).
En este contexto, se puede hablar de la emergencia del Estado de Trabajo Schumpeteriano (ETS) como forma del Estado capitalista contemporáneo para responder a las tendencias de crisis del patrón de dominación keynesiano y para desempeñar funciones en una economía abierta.
Sus rasgos específicos son el interés explícito (en materia de política económica) en promover las diversas condiciones que producen ofertas de innovación, economías de alcance y competitividad estructural, y el interés (en materia de política social) de promover la flexibilidad, reconversión y  competitividad del mercado laboral (que en cuanto al salario se observa el paso de entenderlo como fuente de demanda a concebirlo como costo de producción). Es así que se da, por parte de los Estados, el abandono de las preocupaciones redistributivas basadas en la ampliación de los derechos al bienestar en favor de unos intereses más productivistas y ahorradores de costos en una economía abierta.
En general toda la intervención económica tomo forma del desarrollo orientado más por la oferta que la demanda. “El ETS ... se compromete a intervenir el lado de la oferta para promover la innovación permanente y mejorar la competitividad estructural; y va más allá del simple recorte del bienestar social para reestructurarlo y subordinarlo a las fuerzas del mercado” (Jesoop, 1999: 86)
Dentro del marco propuesto para el ETS, surge en la actualidad el modelo hegemónico llevado a cabo por EEUU y denominado workfare state. Éste se puede entender como “trabajo asalariado ciudadano”, que en EEUU se orienta a insertar al receptor de la ayuda social en el mundo del trabajo (aunque este sea precario) como forma de acceso a servicios sociales y subsidios a familias pobres y/o monoparentales[13], los cuales fueron modificados en los ’90[14]: se descentralizaron hacia los estados de la Unión y se establecieron rigurosas condiciones laborales para su concesión (los perceptores deben conseguir empleo inmediatamente y participar en programas de formación laboral o servicios comunitarios), que de todos modos acaba a los dos años, con un límite acumulativo de cinco años; si no observan esas condiciones o reinciden en delitos o adicciones, son sancionados (reducción o supresión del subsidio).
 De esta forma se busca obtener el trabajo flexibilizado y forzado de la mano de obra poco calificada, la cual ya no puede complementar su ingresos (en disminución desde los ’80) con los proveídos por las anteriores políticas asistenciales: se incrementa así la precariedad y pobreza masivas y crece aceleradamente las desigualdades que alimentan la segregación y la criminalidad.

        La difusión de dicho modelo responde, en última instancia, a la importancia del Estado norteamericano en su actuación e intervención discrecional en la economía globalizada, creando una nueva y compleja relación sistémica entre Estado y Capital: la dominación estadounidense global se lleva a cabo mediante la reproducción inducida de la forma del poder imperialista dominante en el interior de cada formación nacional y de cada Estado (y este último se responsabiliza de mantener fluidas las relaciones complejas del capital internacional con la burguesía local, en el contexto de lucha de clases y formas políticas e ideológicas nacionales que se enmarcan en una coyuntura mundial dada).
La fuerte expansión de las multinacionales y capital financiero estadounidenses a fines de los ’60 y principios de los ’70 se encontraba ante “una sublevación generalizada a escala mundial contra el imperialismo estadounidense” (Panitch, 2000), junto con propuestas radicales y anticapitalistas que intentaban democratizar y controlar la economía; es por esto que el préstamo del FMI a Gran Bretaña en 1976 constituyó la primer gran ruptura, ya que impuso (mediante la intervención del departamento del Tesoro de EEUU) la preferencia del capital financiero por la estabilidad de los precios y la inversión privada frente a la política económica radical sostenida por el partido laborista.
Además, el principio de supervisión y regulación estatal de los sistemas financieros (internacionales y de cada país) sufrieron una “americanización” de sus normas, mediante los esfuerzos de los departamentos de Defensa y del Tesoro norteamericanos (y su proyección a través de los mediadores internacionales de su hegemonía: Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio, Banco Mundial) por alcanzar tratados internacionales y acuerdos cooperativos en la materia desde 1974[15].
La huida del capital que ha moldeado al mundo de las últimas décadas, no parece haber logrado una nueva subordinación del trabajo suficiente para crear una base para un nuevo período de expansión capitalista. A pesar de todo lo dicho sobre la reestructuración del proceso de trabajo y de la nueva sumisión del trabajo, la importancia del flujo de capital líquido y la expansión continua del crédito y de la deuda como forma de mantener el capitalismo sugieren que la sociedad (todavía) no ha sido reestructurada lo suficiente como para asegurar un nuevo período de subordinación-y-acumulación.  



.Bibliografía:

-ARCEO, E. (2002). “Hegemonía norteamericana, internacionalización financiera y productiva, y nuevo pacto colonial”, en Ceceña, Ana Esther y Sader, Emir (coords.). La Guerra Infinita. Hegemonía y Terror Mundial. CLACSO. Buenos Aires.

-JESSOP, B. (1999). “¿Hacia un Estado de Trabajo Schumpeteriano? Observaciones preliminares sobre la economía política postfordista.”, en Crisis del Estado de Bienestar. Siglo del Hombre Ed., Colombia.

-HANDLER, J. (2000) “¿Reformar o deformar las políticas de asistencia social?”, en NLR Nº 5. Akal, Madrid.

-HOBSBAWM, E.(1998), Historia del siglo XX, Ed. Crítica, Barcelona.

  -HOLLOWAY, J. (1994). “Se abre el abismo. Surgimiento y caída del Keynesianismo”, en Marxismo, Estado y Capital. La crisis como expresión del poder del trabajo. Fichas Temáticas de Cuadernos del Sur.

-LETTIERI, A. (2004). La civilización a debate. De las revoluciones burguesas al neoliberalismo. Ed. Prometeo, Buenos Aires.

-PANICHT, L. (2000). “El nuevo Estado imperial”, en NLR N° 3. Akal, Madrid.

-TORRES LÓPEZ, J. (2000). “Las políticas frente a la crisis” y “El efecto perverso del neoliberalismo: la crisis de los noventa”, en Desigualdad y crisis económica. Sistema, Madrid.








[1] El autor argumenta que hay una conformación del “poder del trabajo” a partir del poder de los explotados para resistir la explotación, es la fuente constante de la reproducción de la inestabilidad del Capital, que si bien entonces controlaba la vida de los trabajadores también dependía de su trabajo para su supervivencia.

[2] En contrapartida de la especialización creciente que estaba impregnando el mundo del trabajo, el obrero en masa representaba una cantidad de mano de obra no calificada trabajando en grandes fábricas. Las mismas estaban montadas sobre una fragmentación del trabajo en tareas minuciosas y finamente calculadas, y la siguiente integración de esas tareas a la operación de maquinaria dedicada a un proceso específico. Esto conformó una producción masiva y muy poco flexible, sencillamente, rígida.

[3] Y que comenzaba a tener su correlato político –difuso, contradictorio y aún poco estructurado- en el New Deal de Roosevelt; el “nuevo partido (reparto)” aún no estaba establecido. 

[4] “(...) los acontecimientos del período 1929-1933 hicieron imposible, e impensable, un retorno a la situación de 1913. El viejo liberalismo estaba muerto o parecía condenado a desaparecer. Tres opciones competían por la hegemonía político-intelectual. La primera era el comunismo marxista (...) la segunda opción era un capitalismo que había abandonado la fe en los principios del mercado libre, y que había sido reformado por una especie de maridaje informal con la socialdemocracia moderada de los movimientos obreros no comunistas (...) La tercera opción era el fascismo, que la depresión convirtió en un movimiento mundial o, más exactamente, en un peligro mundial.” (Hobsbawm, 1998: 114) 
[5] Breton Woods fue un sistema basado en acuerdos entre los estados que otorgaba a EEUU un lugar hegemónico ya que estaba construido alrededor del reconocimiento del dólar como moneda internacional clave. Esto fue posible por la arrolladora fuerza del capital estadounidense , claramente establecida después de la guerra. El dólar y el oro se establecieron como moneda internacional, siendo el dólar convertible en oro, en una paridad fija. Las monedas nacionales fueron atadas al dólar por tasas fijas de intercambio, que podrían ser alteradas solamente en caso de desequilibrio fundamental: el nuevo Fondo Monetario Internacional iba a proporcionar dinero para superar desequilibrios a corto plazo. El sistema estaba orientado a posibilitar en cada país el control del capital financiero y la asunción del rol central del capital productivo con el apoyo –en virtud de garantizar el pleno empleo- de la clase obrera. (Arceo, 2002:69 y Holloway 1994: 66)

[6] La integración más intensa de los Estados dentro del circuito del capital hace que aquellos no sólo traten de desviar flujos de capital (dado que los flujos del capital son inherentemente internacionales) a sus territorios particulares, sino que también existan como modos particulares de regulación dentro de dichos flujos, esto implica que cualquier falla en cualquier Estado puede crear problemas en el conjunto del circuito internacional del capital.

[7] En 1933 la administración Roosevelt abandonó el patrón oro, desvinculando la administración de la economía nacional de las presiones del mercado mundial, lo cual permitió a dicho gobierno responder a la intensa presión social.

[8] La expansión crediticia creció en la medida en que el capital buscó salidas alternativas a la inversión productiva, es decir, salidas más rentables y seguras que contrarrestaran la tasa decreciente de ganancias.

[9] La caída de Bretón Woods precipito a los países productores de petróleo, reunidos en la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), a cuadriplicar el precio del barril de petróleo crudo en 1973, lo que derivó en el colapso de los países dependientes de dicha materia prima para el funcionamiento de sus economías. La subida del precio del petróleo (con picos en 1973 y 1979) que determinaba definitivamente la generalización de los tipos de cambio flexibles, más la inflación acentuada y el desempleo, contribuyeron a conformar un fenómeno denominado desde entonces como “estanflación” (consolidación de un círculo vicioso impregnado de inflación crecientemente descontrolada y el estancamiento constante de la economía).

[10] De hecho fue la fórmula definida en la Conferencia de Tokio en julio de 1979, en el marco del Grupo de los Cinco -Alemania, Japón, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña-. (Lettieri, 2004: 425)

[11] Recordemos que el dinero –a través del salario- era un punto central del contrato fordista de producción.

[12] Es interesante observar que postfordismo puede aplicarse en tanto el desarrollo implica continuidades y discontinuidades en un modelo de producción y un patrón de dominación; así mientras las continuidades están dadas por las crisis del fordismo y el keynesianismo, las discontinuidades son introducidas por los cambios propios de la reestructuración.  

[13] En cuanto a la asistencia social, es importante recalcar que en el desarrollo histórico de los Estados Unidos aquella no se articula en el reconocimiento de un derecho general (universal), sino en una serie de derechos de grupos individuales en la escala social: ancianos, madres solas, desocupados, etc. Lo que prima es una idea de reciprocidad, ya que a cada beneficio le corresponde una prestación. Esto se debe a que la pobreza (y sus consecuencias) no es concebida como un elemento estructural sino como una problemática individual.

[14] Desde 1980 el sistema político ha estado obsesionado por la reforma de estas políticas (políticas que se vieron cada vez más recortadas debido al aumento y el desvío hacia los gastos militares). Pero, dado los considerables cambios económicos implementados durante esta década, los subsidios se mantuvieron (auque bajo un amplio cuestionamiento) y sirvieron, no sólo para la contención frente a los aquellos, sino también, como “pararrayos” ya que concentraron las tensiones de raza, género y etnicidad (Handler, 2000). En los noventa se consumó finalmente la reforma bajo la presidencia de Clinton.

[15] “Lejos de dejar el valor del dólar a merced del mercado y de la ortodoxia monetaria, Washington volvió después de 1984 a la intervención deliberada a través de la presión diplomática”. (Hobsbawm: 1998: 412)

Relatos breves: "1982".-


La calle cortada, algunos esperan de ambos lados en ese espacio donde las veredas se confunden con las vías. En el asfalto habrá a lo sumo una fila de 2 o 4 autos sin apuros. El tren se frena, estamos a pocos metros de los vagones. Mi abuelo me agarra de la mano y me dice convencido y sin esperar: Vamos! No podemos atravesarlo al mismo tiempo, él pasa entre las junturas de los vagones, un poco trepando, otro tanto saltando y me espera de frente, tengo miedo, mucho. Construyo imágenes mentales, secuencias en las cuales ese gigante de hierro se mueve y me aplasta o me lleva, no sé a qué cosa le tengo más miedo; mi abuelo me dejó sin opciones, tengo que pasar… Luego de dudar y esperar algún no sé qué, que no ocurrirá, con una mezcla de lentitud apurada, tembloroso, comienzo a atravesar con un esfuerzo infinito un tiempo que se me torna eterno; me restarán apenas cincuenta centímetros más que traspasar de esta tortura, las manos de mi abuelo me alcanzan del otro  lado, me dan tranquilidad, ya estoy salvado, me quedo y me ayuda a saltar, por fin salimos de la zona inmediata de los vagones. Miro atrás, ahora con cierto respeto y una impresión de orgullo. El tren sigue detenido, gigante desde mi vista de cuatro años, con ese sonido de miles de kilos de hierro que chocan, rechinan, tiran, sonidos que retumban cuando se acomodan los vagones junto a cualquier mínimo impulso, movimientos de centímetros que abundan en resonancias metálicas y que de a ratos se mezclan con el silbido de la máquina. Nosotros seguimos.

  Este escrito lo realicé luego de leer el magnifico libro "Soy Leyenda", allá por el 2006... Por supuesto que la posterior producción fílmica del 2008 dirigida por  Francis Lawrence no es más que una pálida y pobre interpretación. Espero que les interese!


Reflexiones: algunas categorías y varias conjeturas.
A cargo del P. Chesky


Luego de leer una narrativa estadounidense de verano cuyo autor es Richard Matheson, me interesaron dentro del relato general algunos tópicos que se plantean, pareciéndome lo bastante sugestivo como para escribir algo, más no sea mínimo, sobre ellos.
Este librito titulado Soy leyenda se publicó en el año 1954, la primera edición en castellano la divulgó Minotauro (Barcelona) en 1960, es reeditada en 1999 y 2003 y, en el pasado 2005, por fin tuvimos la edición argentina de la idéntica editorial (transplantada por Planeta, Buenos Aires) y el traductor es el mismo de la primera edición: Manuel Figueroa.
Más allá del detalle bibliotecológico, la novela trata de alguien que sobrevive a una guerra bacteriológica que “ha asolado el planeta y convertido al resto de la humanidad en vampiros” (según reza el apretado comentario de contratapa); este alguien se llama Robert Neville (trabajador de una fábrica con anterioridad al desastre). Resulta que Neville pierde a su hija y su esposa transformadas por la enfermedad desatada. Éste vive con el peso de esas pérdidas recluido nocturnamente en su casa -que ha transformado en un verdadero refugio antivampiros- mientras que, durante el día, sale a matar las horribles bestias que descansan de la luz del sol enterrando estacas en sus pechos, sin consideraciones de sexo ni edad, aunque aún no logra soportarlo.
Neville debe sobrellevar la soledad, la muerte de sus seres amados y, a veces, incluso, la desesperanza de protegerse por las noches de los asediantes que chillan, le arrojan piedras a su refugio, lo llaman; se retrae en el whisky, el cigarrillo y sus discos, en los que busca apagar su desesperante dolor interno. Lleva seis meses con esa rutina. Además de las matanzas, en sus momentos de sobriedad investiga buscando respuestas a sus preguntas (¿por qué la cruz, el ajo, los espejos, la estaca en el corazón...?), debatiéndose entre las leyendas y una posible racionalidad.
  El tiempo pasa y comienza a descubrir algunos elementos, lo principal: la enfermedad es producida por un germen alojado en la sangre que funciona como un  parásito violento que termina por devorar al huésped; existen dos tipos de portadores: el primero es un cuerpo muerto a partir del cual el germen reproduce internamente su existencia, el segundo tipo de portador es un cuerpo vivo, es decir los que se contagia a través del transporte del germen por el viento, insectos... pero no ha muerto aún. Por otro lado, la cruz no necesariamente mata a los vampiros, esta fue una tradición construida en el occidente cristiano medieval, pero aquellos vampiros que con anterioridad eran mahometanos, hindúes, judíos... no se espantaban con la cruz, era una “ceguera histérica” -incluyendo en la enfermedad no sólo elementos físicos sino también psicológicos-.
El protagonista cree romper con la multidimensionalidad temporal, ya que se va inmunizando contra el pasado, sólo tiene presente; lo mismo para sus angustias, se convierte en un cazador, pero no cualquier cazador, sino uno que experimenta con sus víctimas:

“(...) Al fin, pensó, aún el dolor más profundo se aplaca, la desesperación más intensa se desvanece. La maldición del verdugo: la víctima se acostumbra al látigo.” (Pág. 34)

Avanzado el relato, Neville encuentra -luego de tres años de la más absoluta soledad- una mujer que corre bajo el sol matutino, la lleva a su casa y después de un discurrir del relato y las vacilaciones si está o no contagiada, el hombre expone su experiencia y los resultados de su investigación, aquella estremecida por lo que escucha dice que eso es horrible:

“Neville la miró sorprendido. ¿Horrible? Era curioso. No había pensado eso durante años. Para él la palabra ‘horrible’ no tenía sentido. Un horror acumulado termina por ser una costumbre. Para Neville la situación se reducía a simples hechos, nada más. No había adjetivos” (Pág. 152)

  De hecho resulta difícil, aún para los amantes del significado flotante, que esta novela se haya concebido fuera de un contexto y en diálogos con otros textos específicos en un período también específico. Basta recordar algunas lecturas de la década del `50, el `60 y desaire psico-social que la guerra fría había desatado: la posibilidad de la destrucción del planeta estaba a la vuelta de la esquina, la sola posibilidad de una guerra nuclear hacia posible la venta de casas equipadas con un ‘sótanos antinucleares’, y otras cosas semejantes que se presentan hoy como totalmente disparatadas o dignas de una producción de Hollywood. En ese contexto todo era potencialmente posible.
  Las citas muestran algo que algunos sociólogos han conceptualizado y categorizado y que actualmente aparecen en algunas investigaciones sobre lo social, a saber, la cuestión de la naturalización de lo atroz. Es decir, el protagonista naturaliza el terror, el dolor cotidiano que puede producir, que tiene que soportar, lo vive todos los días, es algo establecido que esta ahí, y, sobre todo, no cuestionable, a tal punto, que sorprende a la mujer no adecuada a esa vivencia -aunque más adelante se ve que ella es una espía, su espanto tiene, además, otra raíz-.        
  Pero el final de la ficción pone de relieve la construcción de los mitos y cómo nace una leyenda de una manera perfectamente narrada, magistral como varios de sus planteos. Una nueva sociedad nace del desastre, la misma tiene que eliminar a los portadores muertos del virus, pero también tiene que matar al terrorífico verdugo cazador (“lo anormal” frente a “lo normal”), quien es previamente encarcelado y espera su condena:

 “La calle estaba llena de gente. Se agrupaban y movían en la luz gris de la mañana. El sonido de sus voces llegaba a él como el zumbido de un millón de insectos. Neville los miró con la mano izquierda en los barrotes, los ojos encendidos por la fiebre.
Entonces alguien lo vio.
Durante un momento las voces se elevaron un poco. Se oyeron algunos gritos.
Pero luego el silencio cubrió las cabezas, como una manta pesada. Todos volvieron hacia Neville unos rostros pálidos. Neville los observó serenamente. Y de pronto comprendió. Yo soy el anormal ahora. La normalidad es un concepto mayoritario. Norma de muchos, no de un solo hombre.
Y comprendió, también, la expresión de aquellos rostros: angustia, miedo, horror. Tenían miedo, sí. Era para ellos un monstruo terrible y desconocido, una malignidad más espantosa aún que la plaga. Un espectro invisible que había dejado como prueba de su existencia cadáveres desangrados de sus seres queridos. Y Neville los comprendió, y dejó de odiarlos. (...)
Neville miró los nuevos habitantes de la Tierra. No era como ellos. Semejante a los vampiros, era un anatema y un terror oscuro que debían destruir. Y de pronto, nació la nueva idea, divirtiéndolo, a pesar del dolor.
(...) Se cierra el círculo. Un nuevo terror nacido de la muerte, una nueva superstición que invade la fortaleza del tiempo.
Soy leyenda.” (Págs 179 - 180)