Este escrito lo realicé luego de leer el magnifico libro "Soy Leyenda", allá por el 2006... Por supuesto que la posterior producción fílmica del 2008 dirigida por Francis Lawrence no es más que una pálida y pobre interpretación. Espero que les interese!
Reflexiones: algunas categorías y varias conjeturas.
A cargo del P. Chesky
Luego
de leer una narrativa estadounidense de verano cuyo autor es Richard Matheson,
me interesaron dentro del relato general algunos tópicos que se plantean,
pareciéndome lo bastante sugestivo como para escribir algo, más no sea mínimo,
sobre ellos.
Este
librito titulado Soy leyenda se
publicó en el año 1954, la primera edición en castellano la divulgó Minotauro
(Barcelona) en 1960, es reeditada en 1999 y 2003 y, en el pasado 2005, por fin
tuvimos la edición argentina de la idéntica editorial (transplantada por
Planeta, Buenos Aires) y el traductor es el mismo de la primera edición: Manuel
Figueroa.
Más
allá del detalle bibliotecológico, la novela trata de alguien que sobrevive a
una guerra bacteriológica que “ha asolado el planeta y convertido al resto de
la humanidad en vampiros” (según reza el apretado comentario de contratapa);
este alguien se llama Robert Neville (trabajador de una fábrica con
anterioridad al desastre). Resulta que Neville pierde a su hija y su esposa
transformadas por la enfermedad desatada. Éste vive con el peso de esas
pérdidas recluido nocturnamente en su casa -que ha transformado en un verdadero
refugio antivampiros- mientras que, durante el día, sale a matar las horribles
bestias que descansan de la luz del sol enterrando estacas en sus pechos, sin
consideraciones de sexo ni edad, aunque aún no logra soportarlo.
Neville debe sobrellevar la soledad,
la muerte de sus seres amados y, a veces, incluso, la desesperanza de
protegerse por las noches de los asediantes que chillan, le arrojan piedras a
su refugio, lo llaman; se retrae en el whisky, el cigarrillo y sus discos, en
los que busca apagar su desesperante dolor interno. Lleva seis meses con esa
rutina. Además de las matanzas, en sus momentos de sobriedad investiga buscando
respuestas a sus preguntas (¿por qué la cruz, el ajo, los espejos, la estaca en
el corazón...?), debatiéndose entre las leyendas y una posible racionalidad.
El tiempo pasa y comienza a descubrir
algunos elementos, lo principal: la enfermedad es producida por un germen
alojado en la sangre que funciona como un
parásito violento que termina por devorar al huésped; existen dos tipos
de portadores: el primero es un cuerpo muerto a partir del cual el germen
reproduce internamente su existencia, el segundo tipo de portador es un cuerpo
vivo, es decir los que se contagia a través del transporte del germen por el
viento, insectos... pero no ha muerto aún. Por otro lado, la cruz no
necesariamente mata a los vampiros, esta fue una tradición construida en el
occidente cristiano medieval, pero aquellos vampiros que con anterioridad eran
mahometanos, hindúes, judíos... no se espantaban con la cruz, era una “ceguera
histérica” -incluyendo en la enfermedad no sólo elementos físicos sino también
psicológicos-.
El
protagonista cree romper con la multidimensionalidad temporal, ya que se va
inmunizando contra el pasado, sólo tiene presente; lo mismo para sus angustias,
se convierte en un cazador, pero no cualquier cazador, sino uno que experimenta
con sus víctimas:
“(...) Al fin, pensó, aún el dolor
más profundo se aplaca, la desesperación más intensa se desvanece. La maldición
del verdugo: la víctima se acostumbra al látigo.” (Pág. 34)
Avanzado el relato, Neville encuentra
-luego de tres años de la más absoluta soledad- una mujer que corre bajo el sol
matutino, la lleva a su casa y después de un discurrir del relato y las
vacilaciones si está o no contagiada, el hombre expone su experiencia y los
resultados de su investigación, aquella estremecida por lo que escucha dice que
eso es horrible:
“Neville la miró sorprendido.
¿Horrible? Era curioso. No había pensado eso durante años. Para él la palabra
‘horrible’ no tenía sentido. Un horror acumulado termina por ser una costumbre.
Para Neville la situación se reducía a simples hechos, nada más. No había
adjetivos” (Pág. 152)
De hecho resulta difícil, aún para los
amantes del significado flotante, que esta novela se haya concebido fuera de un
contexto y en diálogos con otros textos específicos en un período también
específico. Basta recordar algunas lecturas de la década del `50, el `60 y
desaire psico-social que la guerra fría había desatado: la posibilidad de la
destrucción del planeta estaba a la vuelta de la esquina, la sola posibilidad
de una guerra nuclear hacia posible la venta de casas equipadas con un ‘sótanos
antinucleares’, y otras cosas semejantes que se presentan hoy como totalmente
disparatadas o dignas de una producción de Hollywood. En ese contexto todo era
potencialmente posible.
Las citas muestran algo que algunos
sociólogos han conceptualizado y categorizado y que actualmente aparecen en
algunas investigaciones sobre lo social, a saber, la cuestión de la naturalización de lo atroz. Es decir, el
protagonista naturaliza el terror, el dolor cotidiano que puede producir, que
tiene que soportar, lo vive todos los días, es algo establecido que esta ahí,
y, sobre todo, no cuestionable, a tal punto, que sorprende a la mujer no
adecuada a esa vivencia -aunque más adelante se ve que ella es una espía, su
espanto tiene, además, otra raíz-.
Pero el final de la ficción pone de
relieve la construcción de los mitos y cómo nace una leyenda de una manera
perfectamente narrada, magistral como varios de sus planteos. Una nueva
sociedad nace del desastre, la misma tiene que eliminar a los portadores
muertos del virus, pero también tiene que matar al terrorífico verdugo cazador
(“lo anormal” frente a “lo normal”), quien es previamente encarcelado y espera
su condena:
“La calle estaba llena de gente. Se agrupaban y movían en la luz gris de la mañana. El sonido de sus voces llegaba a él como el zumbido de un millón de insectos. Neville los miró con la mano izquierda en los barrotes, los ojos encendidos por la fiebre.
“La calle estaba llena de gente. Se agrupaban y movían en la luz gris de la mañana. El sonido de sus voces llegaba a él como el zumbido de un millón de insectos. Neville los miró con la mano izquierda en los barrotes, los ojos encendidos por la fiebre.
Entonces alguien lo vio.
Durante un momento las voces se elevaron un poco. Se
oyeron algunos gritos.
Pero luego el silencio cubrió las cabezas, como una
manta pesada. Todos volvieron hacia Neville unos rostros pálidos. Neville los
observó serenamente. Y de pronto comprendió. Yo soy el anormal ahora. La
normalidad es un concepto mayoritario. Norma de muchos, no de un solo hombre.
Y comprendió, también, la expresión de aquellos
rostros: angustia, miedo, horror. Tenían miedo, sí. Era para ellos un monstruo
terrible y desconocido, una malignidad más espantosa aún que la plaga. Un
espectro invisible que había dejado como prueba de su existencia cadáveres
desangrados de sus seres queridos. Y Neville los comprendió, y dejó de
odiarlos. (...)
Neville miró los nuevos habitantes de la Tierra. No
era como ellos. Semejante a los vampiros, era un anatema y un terror oscuro que
debían destruir. Y de pronto, nació la nueva idea, divirtiéndolo, a pesar del
dolor.
(...) Se cierra el círculo. Un nuevo terror nacido de
la muerte, una nueva superstición que invade la fortaleza del tiempo.
Soy leyenda.” (Págs 179 - 180)
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