sábado, 13 de febrero de 2016

  Este escrito lo realicé luego de leer el magnifico libro "Soy Leyenda", allá por el 2006... Por supuesto que la posterior producción fílmica del 2008 dirigida por  Francis Lawrence no es más que una pálida y pobre interpretación. Espero que les interese!


Reflexiones: algunas categorías y varias conjeturas.
A cargo del P. Chesky


Luego de leer una narrativa estadounidense de verano cuyo autor es Richard Matheson, me interesaron dentro del relato general algunos tópicos que se plantean, pareciéndome lo bastante sugestivo como para escribir algo, más no sea mínimo, sobre ellos.
Este librito titulado Soy leyenda se publicó en el año 1954, la primera edición en castellano la divulgó Minotauro (Barcelona) en 1960, es reeditada en 1999 y 2003 y, en el pasado 2005, por fin tuvimos la edición argentina de la idéntica editorial (transplantada por Planeta, Buenos Aires) y el traductor es el mismo de la primera edición: Manuel Figueroa.
Más allá del detalle bibliotecológico, la novela trata de alguien que sobrevive a una guerra bacteriológica que “ha asolado el planeta y convertido al resto de la humanidad en vampiros” (según reza el apretado comentario de contratapa); este alguien se llama Robert Neville (trabajador de una fábrica con anterioridad al desastre). Resulta que Neville pierde a su hija y su esposa transformadas por la enfermedad desatada. Éste vive con el peso de esas pérdidas recluido nocturnamente en su casa -que ha transformado en un verdadero refugio antivampiros- mientras que, durante el día, sale a matar las horribles bestias que descansan de la luz del sol enterrando estacas en sus pechos, sin consideraciones de sexo ni edad, aunque aún no logra soportarlo.
Neville debe sobrellevar la soledad, la muerte de sus seres amados y, a veces, incluso, la desesperanza de protegerse por las noches de los asediantes que chillan, le arrojan piedras a su refugio, lo llaman; se retrae en el whisky, el cigarrillo y sus discos, en los que busca apagar su desesperante dolor interno. Lleva seis meses con esa rutina. Además de las matanzas, en sus momentos de sobriedad investiga buscando respuestas a sus preguntas (¿por qué la cruz, el ajo, los espejos, la estaca en el corazón...?), debatiéndose entre las leyendas y una posible racionalidad.
  El tiempo pasa y comienza a descubrir algunos elementos, lo principal: la enfermedad es producida por un germen alojado en la sangre que funciona como un  parásito violento que termina por devorar al huésped; existen dos tipos de portadores: el primero es un cuerpo muerto a partir del cual el germen reproduce internamente su existencia, el segundo tipo de portador es un cuerpo vivo, es decir los que se contagia a través del transporte del germen por el viento, insectos... pero no ha muerto aún. Por otro lado, la cruz no necesariamente mata a los vampiros, esta fue una tradición construida en el occidente cristiano medieval, pero aquellos vampiros que con anterioridad eran mahometanos, hindúes, judíos... no se espantaban con la cruz, era una “ceguera histérica” -incluyendo en la enfermedad no sólo elementos físicos sino también psicológicos-.
El protagonista cree romper con la multidimensionalidad temporal, ya que se va inmunizando contra el pasado, sólo tiene presente; lo mismo para sus angustias, se convierte en un cazador, pero no cualquier cazador, sino uno que experimenta con sus víctimas:

“(...) Al fin, pensó, aún el dolor más profundo se aplaca, la desesperación más intensa se desvanece. La maldición del verdugo: la víctima se acostumbra al látigo.” (Pág. 34)

Avanzado el relato, Neville encuentra -luego de tres años de la más absoluta soledad- una mujer que corre bajo el sol matutino, la lleva a su casa y después de un discurrir del relato y las vacilaciones si está o no contagiada, el hombre expone su experiencia y los resultados de su investigación, aquella estremecida por lo que escucha dice que eso es horrible:

“Neville la miró sorprendido. ¿Horrible? Era curioso. No había pensado eso durante años. Para él la palabra ‘horrible’ no tenía sentido. Un horror acumulado termina por ser una costumbre. Para Neville la situación se reducía a simples hechos, nada más. No había adjetivos” (Pág. 152)

  De hecho resulta difícil, aún para los amantes del significado flotante, que esta novela se haya concebido fuera de un contexto y en diálogos con otros textos específicos en un período también específico. Basta recordar algunas lecturas de la década del `50, el `60 y desaire psico-social que la guerra fría había desatado: la posibilidad de la destrucción del planeta estaba a la vuelta de la esquina, la sola posibilidad de una guerra nuclear hacia posible la venta de casas equipadas con un ‘sótanos antinucleares’, y otras cosas semejantes que se presentan hoy como totalmente disparatadas o dignas de una producción de Hollywood. En ese contexto todo era potencialmente posible.
  Las citas muestran algo que algunos sociólogos han conceptualizado y categorizado y que actualmente aparecen en algunas investigaciones sobre lo social, a saber, la cuestión de la naturalización de lo atroz. Es decir, el protagonista naturaliza el terror, el dolor cotidiano que puede producir, que tiene que soportar, lo vive todos los días, es algo establecido que esta ahí, y, sobre todo, no cuestionable, a tal punto, que sorprende a la mujer no adecuada a esa vivencia -aunque más adelante se ve que ella es una espía, su espanto tiene, además, otra raíz-.        
  Pero el final de la ficción pone de relieve la construcción de los mitos y cómo nace una leyenda de una manera perfectamente narrada, magistral como varios de sus planteos. Una nueva sociedad nace del desastre, la misma tiene que eliminar a los portadores muertos del virus, pero también tiene que matar al terrorífico verdugo cazador (“lo anormal” frente a “lo normal”), quien es previamente encarcelado y espera su condena:

 “La calle estaba llena de gente. Se agrupaban y movían en la luz gris de la mañana. El sonido de sus voces llegaba a él como el zumbido de un millón de insectos. Neville los miró con la mano izquierda en los barrotes, los ojos encendidos por la fiebre.
Entonces alguien lo vio.
Durante un momento las voces se elevaron un poco. Se oyeron algunos gritos.
Pero luego el silencio cubrió las cabezas, como una manta pesada. Todos volvieron hacia Neville unos rostros pálidos. Neville los observó serenamente. Y de pronto comprendió. Yo soy el anormal ahora. La normalidad es un concepto mayoritario. Norma de muchos, no de un solo hombre.
Y comprendió, también, la expresión de aquellos rostros: angustia, miedo, horror. Tenían miedo, sí. Era para ellos un monstruo terrible y desconocido, una malignidad más espantosa aún que la plaga. Un espectro invisible que había dejado como prueba de su existencia cadáveres desangrados de sus seres queridos. Y Neville los comprendió, y dejó de odiarlos. (...)
Neville miró los nuevos habitantes de la Tierra. No era como ellos. Semejante a los vampiros, era un anatema y un terror oscuro que debían destruir. Y de pronto, nació la nueva idea, divirtiéndolo, a pesar del dolor.
(...) Se cierra el círculo. Un nuevo terror nacido de la muerte, una nueva superstición que invade la fortaleza del tiempo.
Soy leyenda.” (Págs 179 - 180)   

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